Volumen 29/ Otoño 2020/pp.


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LA NUEVA UNIVERSIDAD. UNIVERSIDAD NEOLIBERAL,

UNIVERSIDAD ALGORÍTMICA


Rodrigo Karmy1

Resumen/Abstract


El presente ensayo argumenta que la irrupción de la pandemia del coronavirus (COVID 19) ha acelerado ciertos procesos en la trama de la actual universidad neoliberal, los que aceleran la consolidación del tele- trabajo académico, llevándola hacia la posibilidad de una deriva algorítmica que termine por transformarla en una definitiva plataforma digital. La deriva algorítmica de la Universidad no sería “causada” por las condiciones concentracionarias impuestas por la pandemia, sino por la lógica neoliberal que, en función de la pandemia, ve una oportunidad de mercado para profundizar dicha deriva. Se sostienen dos tesis: en primer lugar, que la noción antropológica de “capital humano” constituiría la consumación del humanismo y no su rechazo, y que en virtud de dicha antropología los saberes habrían derivado hacia una “ontología del deber ser” que sustituirá a la “ontología del ser”, prevalente en el ámbito de las ciencias. Esta ontología introduciría un nuevo régimen epistémico en ellas, en el que la economía asumirá el estatuto de “saber mayor” y las ciencias gerenciales de nuevas “humanidades”, planteadas desde un paradigma administrativo o gerencial, terminarían por desplazar a las humanidades clásicas que, hasta cierto punto, respondían a la antropología del “hombre” y no a la del “capital humano”.


Palabras clave: universidad, capital humano, “ontología del deber ser”, humanidades


THE NEW UNIVERSITY. NEOLIBERAL UNIVERSITY, ALGORITHMIC UNIVERSITY


This essay argues that the emergence of the coronavirus pandemic (COVID 19) has accelerated certain processes in the plot of the current neoliberal university, which accelerate the consolidation of academic telework, leading it to the possibility of an algorithmic drift that ends for transforming it into a definitive digital platform. The algorithmic drift of the University would not be “caused” by the concentrational conditions imposed by the pandemic, but by the neoliberal logic that, depending on the pandemic, sees a market opportunity to deepen said drift. Two theses are upheld: first, that the anthropological notion of "human capital" would constitute the consummation of humanism and not its rejection, and that by virtue of said anthropology knowledge would have derived towards an "ontology of duty" that will replace the “ontology of being”, prevalent in the field of science. This ontology would introduce a new epistemic regime in them, in which the economy will assume the status of "greater knowledge" and the management sciences of new "humanities", raised from an administrative or managerial paradigm, would end up displacing the classic humanities that, to a certain extent, they responded to the anthropology of "man" and not to that of "human capital".


Keywords: university, human capital, “ontology of the duty”, humanities



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1 Chileno, Universidad de Chile. E-mail: rkarmy@gmail.com

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Pandemia

Nos hallamos en una coyuntura decisiva. No sólo por su carácter global, sino también por la profundidad de las mutaciones que experimentamos diariamente. Sin embargo, ninguna de ellas remite exclusivamente al coronavirus, sino a las tendencias inmanentes que operaban ya en el veloz devenir de nuestras sociedades de control. Como ha sido

varias veces advertido, la penetración neoliberal en la universidad moderna ha introducido transformaciones muy decisivas que pasan por una modificación sustantiva de sus modos de producción de conocimiento y la institucionalización de un léxico económico-gestional que impregna a los procesos académicos en su totalidad.


Los académicos proyectados bajo la figura antropológica del emprendedor terminan como productores de curiosos “papers” en su mayoría irrelevantes; los estudiantes no toman más “cursos” sino “créditos” y asumen la posición de “clientes” a quienes se les ofrece un “servicio”; la universidad estructurada bajo el término “calidad” renunciando a la universalidad de su proyecto y convirtiéndose en una maquinaria de capital financiero en el que se producen “saberes” dispensables requeridos para la exigencia del capital. La “nueva normalidad” ‒término acuñado por Piñera en uno de sus discursos en plena emergencia de la pandemia‒ se cristaliza en la nueva universidad con su modo de producción “neoliberal” del conocimiento que determina su propio discurso: la universidad ha devenido neoliberalismo y el neoliberalismo se ha mostrado como un dispositivo propiamente universitario. No hay más “afuera” de la universidad, ella consuma el proyecto global, diseminando así, las murallas que en la noción estatal-nacional de Universidad aún establecían una diferencia entre el interior y el exterior.


La publicación de la Crisis no moderna de la Universidad moderna de Willy Thayer (Thayer 1996) implicó un acontecimiento decisivo que permitió inteligir la mutación experimentada no sólo por el aparato universitario sino la “universitarización” misma implicada en la deriva de las actuales sociedades de control. El presente ensayo debe considerarse una pequeña nota al margen al texto de Thayer en la medida que introduce cómo el proceso de “universitarización” y el consecuente fin de la universidad estatal-nacional se ha visto “acelerado” por la irrupción de la pandemia que ha ensayado modalidades de tele-mercado universitario en que la Universidad neoliberal ‒entendido como el dispositivo universitario consumado‒ devenga una universidad propiamente algorítmica, esto es, que ella termine por fin coincidiendo con un conjunto de plataformas virtuales y sus académicos y estudiantes devengan, por fin,


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“archivos” digitales. El triunfo de esta posibilidad, implicaría rebajar costos muy importantes que, en un momento en el que el tercer ciclo neoliberal se consolida, resultarían significativos.

En efecto, la pandemia deviene justamente uno de esos momentos en los que los saltos cualitativos del régimen de acumulación se expresan en la institucionalización del “distanciamiento social” justificado por el establecimiento de cuarentenas globales, pero que agregarán a las formas neoliberales ya instituidas el uso de tecnologías de tele-trabajo por doquier (zoom, hangouts, jitsi, etc). Y lo harán porque será mucho más barato, tendrá menos costo y habrá mayores resultados: algunos lo aceptarán como parte de un recurso que “facilitará” la enseñanza, pero mientras el humanismo bien pensante se “pavonea” con la ilusión de ser dueño del dispositivo, este último no hará más que condicionar nuestros modos de ser de manera cada vez más decisiva gracias a la eficacia digital de sus algoritmos. Podríamos decir que, finalmente, el tercer ciclo neoliberal al que asistimos transfigura a la universidad de “calidad” ‒o de “excelencia”, tal como había sido problematizada por Bill Readings‒ hacia la Universidad “algorítmica”.


La Universidad algorítmica sigue siendo “neoliberal” en su estructura. De hecho, es en virtud de la propia conformación neoliberal de la Universidad que ella puede devenir en modo algorítmico. La desmaterialización propiciada por el capital financiero que domina a cualquier forma del capital encuentra en la razón neoliberal su verdadera conciencia política y en los algoritmos su nuevo nicho de especulación. Si bien, se trata del llamado “capitalismo cognitivo” el fenómeno en cuestión implica situar al “conocimiento”, efecto de la tercerización de la economía producida en las últimas décadas, como una de las principales fuerzas de trabajo (Virno 2003). Sin embargo, ella no constituye la única fuerza de trabajo (puesto que a ella se yuxtaponen las diversas fuerzas de trabajo de las respectivas fases históricas del capitalismo), pero si asume un lugar decisivo en el nuevo escenario de la producción global, cuya instauración fue posibilitada a partir de la noción neoliberal de “capital humano” entendida aquí, como la última forma antropológica del humanismo occidental.


“Deber ser”

Ahora bien, precisamente porque la moderna forma “empresa” funcionaliza la noción clásica de “persona”, es decir, la desustancializa hasta volverla un algoritmo en el que cada individuo puede disfrutar de la venta permanente de sus portafolios que se venden en el mercado (Brown 2016), es que cada individuo deviene una empresa en potencia que, según los teóricos neoliberales (Hayek) expresarían un


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orden (el “orden espontáneo”) que se define por su inmanencia en la medida que está exento de cualquier principio regulativo que no sea el del capital.


La noción de “persona” ‒podríamos argumentar‒ encuentra tres momentos genealógicos decisivos: la noción teológica desplegada por la tradición tomista (desde el siglo XIII hasta el siglo XVI); la concepción jurídico-laica de persona cristalizada en la filosofía moderna, pero especialmente en Kant (desde el siglo XVIII hasta el XX) y, finalmente, la noción economicista de persona enarbolada por la episteme neoliberal (desde el último trienio del siglo XX hasta la actualidad) que se identificaría sin fisuras con la noción de “capital humano”.


Si la noción de persona se articuló desde la tradición greco-latina para, desde el siglo IV terminar perteneciendo a la cantera del cristianismo, ella designó desde el principio una unidad sustancial de Cristo que poseía armónicamente dos sustancias heterogéneas, la sustancia espiritual y la carnal, la inmaterial y la material. La consumación de dicho término en la episteme neoliberal se produce gracias a la conversión de la sustancia espiritual en capital y a la sustancia carnal en fuerza de trabajo material. Y, ciñéndose a la naturaleza del dispositivo, será la sustancia inmaterial (en este caso el “capital”) la que gobernará a la sustancia material (la fuerza de trabajo material).


En otros términos, visto desde el punto de vista neoliberal, la “razón” ‒que desde los tiempos del tomismo se identificaba con la “obediencia”‒ se identifica inmediatamente con el “capital” y la unidad personal, despojada de la dureza de la otrora “sustancia” definida por el tomismo, alcanza una “flexibilidad” fundamental ‒su funcionalización‒ que le permite asumir la dimensión mítica de la “concurrencia” planteada por la tradición liberal en la forma centrífuga, volátil y desmaterializada que exige el “orden espontáneo” del pensamiento neoliberal.


Justamente, la nueva antropología del “capital humano” no solamente hace indistinguible el conocimiento respecto de la existencia humana ‒tal como sostiene Hayek en su lectura fenomenológica junto a sus adláteres de los “sistema cerrados”‒ sino que todo conocimiento termina identificado inmediatamente al capital: conocer es emprender, producir conocimiento implica producir capital (Hayek 2016). Y, si bien esta relación podemos advertirla en otras épocas históricas (la ciencia como un capital que se ponía al servicio de tal o cual Estado o proyecto político), justamente dicha relación se sostenía en base a la


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subsunción del capital económico, por parte del capital del saber, donde ‒para recurrir a una distinción planteada por Giorgio Agamben‒ siempre la “ontología del ser” que fue el pivote de la ciencia y la filosofía, predominó por sobre la “ontología del deber ser” que remitía exclusivamente a la dimensión administrativa (Agamben 2009).


Incluso en el modelo decimonónico de la universidad humboldtiana, las humanidades clásicas sostenidas en base a la “ontología del ser”, mantenían un predominio por sobre las ciencias administrativas o gerenciales (ontología del “deber ser”) las que podían prescindir del sometimiento al tiempo del capital, porque no eran consideradas ciencias prácticas sino puramente investigativas. La antigua división del trabajo que distinguía entre trabajo manual e intelectual se mantenía sin variaciones significativas. En cambio, la sobrevenida de la razón neoliberal no anula dicha división, sino que la introyecta en una sola unidad funcional: la persona individual. La persona podrá no tener jefe, pero solo porque podrá ser ella misma su propio jefe (la sustancia inmaterial como capital). En este sentido, la relación amo y esclavo se profundiza y no se supera, multiplicándose en una cadena interminable de amos y esclavos que configuran la nueva trama de lo que el léxico abstracto del neoliberalismo llama “mercado”.


Ahora bien, la existencia de la violencia que sutura el conocimiento al capital sin mediación implicó una transfiguración total de las ciencias conduciéndolas desde la rigidez del modelo científico heredado de los griegos (ontología del ser) hacia la flexibilidad del modelo científico de las ciencias administrativas o gerenciales (ontología del deber ser). Otra episteme surge, otra jerarquía de saberes se privilegia. Así, de la misma manera que no es posible sostener que la razón neoliberal simplemente implique una contracción del Estado (la institución política tradicionalmente situada en el registro del ser) sino más bien una transformación sustantiva del mismo que lo inserta al interior del “régimen de veridicción” prodigado ahora por la economía y no por la jurisprudencia (Foucault), así tampoco puede esgrimirse que la razón neoliberal simplemente “utilice” a las ciencias para sus intereses, sino que más bien, las modifica sustantivamente transfigurando su ontología e imponiéndoles una nueva episteme de carácter gestional: la filosofía podrá sobrevivir sólo si se vuelve coaching y capacita a empresas en “habilidades blandas” en que palabras y afectos se vuelven objetos de producción y administración del capital (Foucault 2009).


La transfiguración sobrevenida tiene una consecuencia decisiva: que la economía neoliberal no se erige en un saber entre otros, sino en el “saber mayor” ‒dirá Foucault‒, en el meta-saber que, como un nuevo


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equivalente general de tipo epistémico, condiciona a los demás en el sentido que se ha terminado o intentado abandonar definitivamente la otrora “ontología del ser” sustituyéndola por la del “deber ser” en que la ejecución con eficiencia y eficacia resulta ser la nueva grilla a partir de la cual se fomentarán determinados saberes. Las humanidades, que consuman la “ontología del ser” en la forma de la antropología (el “ser del hombre”) se convierten en la víctima predilecta del nuevo juego de los saberes. En realidad, no se trata aquí de un conflicto entre una noción universalista del hombre contra una concepción estrecha o “economicista” del mismo, sino más bien, de dos tipos de ciencias humanas que disputan el lugar de dominio en el nuevo circuito del saber dominado por la economía y no por la filosofía. De hecho, recordemos que la filosofía había sido la “facultad inferior” que el pensamiento de Kant intentaba invertir frente a la teología, la medicina y el derecho que parecían dominar el escenario universitario (Kant 1998). Al situar a la razón examinadora en la filosofía Kant erigía a la universidad estatal-nacional por sobre la universidad teológico-eclesiástico del mundo medieval porque con ello era la filosofía la que examinaba a la teología y no al revés. El nuevo conflicto de facultades que irrumpe en la escena neoliberal desplaza a la filosofía y coloca a la economía en el lugar de “saber mayor”, capaz de determinar implícita o explícitamente (a partir de los fondos) acerca de las posibilidades o no del cultivo de un determinado saber.


El modelo de la Universidad teológico-eclesiástica tuvo como “saber mayor” a la teología (Tomás de Aquino) cuestión que derivó en la filosofía (Kant) para terminar a fines del siglo XX en la posición de la economía (Hayek-Friedmann) y sus ciencias afines. Pero el trayecto teología-filosofía-economía no es simplemente el que va desde la “ontología del ser” hacia la del “deber ser”, sino aquel que ha modificado la velocidad de la misma “ontología del deber ser” que vertebró a la propia teología tomista en cuanto teología propiamente económica (antes que “política”) que, en mi perspectiva, se ha consumado en la forma última del “capital humano”.


Teología

En este escenario, me parece clave sostener que las humanidades fueron para la universidad estatal- nacional lo que la economía es para la universidad neoliberal. Si en las primeras la noción de hombre se afirmaba en la noción clásica de persona, conciencia o sujeto, para las ciencias económicas el “humanismo” de las primeras se consumará en la figura del “capital humano”. Las humanidades llevarán consigo al “hombre” abstracto (tan denunciado en su momento por Stirner, Marx o Nietzsche), las ciencias


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gerenciales considerarán al hombre como “capital humano”: no se trata de una simple oposición entre una versión “humanista” y otra puramente “funcionalista”, sino de dos formas históricas del humanismo. Pero si esto es así, debemos subrayar el arché cuyos mitologemas actualizan: la teología (Honesko s/f).


En La esencia del cristianismo Ludwig Feuerbach decía que la esencia de Dios yacía en el hombre, que la “verdad” de la teología estaba en la antropología. Dicha fórmula, que encontrará un inquietante cuestionamiento en Max Stirner (y posteriormente en Marx y Nietzsche) perfectamente podría leer al revés: la “verdad” de toda antropología reside en la teología. Si teología y antropología son regímenes solidarios es porque el mito que las acompaña reside en la misma circularidad de la obediencia que pone en juego, pero desplegadas en diversas formas históricas: la segunda, una forma más “secularizada” que la primera. De esta forma podríamos decir que la “verdad” de toda economía reside en la teología. Ella adviene su “infraestructura”, el mito en el que se ajusta la razón de la obediencia que pondrá en juego en la nueva episteme gestional característica del neoliberalismo.


Como ha sido visto, el propio término economía no deje de remitir a una valoración teológica que hoy día se actualiza de manera decisiva: la “sustancia inmaterial” que definía al “alma” se funcionaliza al punto de volverse indistinguible del “capital”. La razón es el capital como el capital es la razón. Sólo él ha de conducir ‒gobernar‒ a los individuos que se encuentran ahora bajo el mito de la “concurrencia” que los teóricos neoliberales definen bajo la expresión “orden espontáneo”. No se trata más de la “providencia” (Tomás de Aquino), de la “mano invisible” (Smith) o de la “Naturaleza” (Kant), sino de un orden inmanente en el que se juega la “libertad” de los factores concurrentes sin necesidad de referirse a un principio ordenador de tipo trascendente que vaya más allá de sus mismos movimientos. Hayek ve en el orden espontáneo trazado por la física de Polanyi al mercado en el que los individuos emprenden sin la supuesta necesidad del Estado. Digo “supuesta” porque, en la medida que el Estado será conceptualizado bajo un nuevo régimen de veridicción, tendrá un lugar decisivo, pero muy diferente del que tenía durante la época “keynesiana”: el Estado será inmensamente interventor, pero de una forma inversa a la del esquema keynesiano.


Si este último se situaba como el agente que planificaba y movía la economía, en los neoliberales éste opera como una relación de retiro (un abandono) para fomentar técnicamente el emprendimiento individual de los actores del mercado. Su retiro abre las condiciones jurídicas y técnicas para que los


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actores del mercado tengan lugar. Porque, dado que el neoliberalismo ya no vive del mito naturalista del liberalismo clásico, sino del técnico e histórico (puesto que ha pasado por el rasero del marxismo contra quien ha debido enfrentarse), entonces es preciso “fomentar” determinadas condiciones jurídicas para propiciar la inversión.


Para volver al punto: las humanidades de la universidad neoliberal son las ciencias gerenciales en donde la economía ocupa el lugar de “saber mayor”. Esto implica que dichas ciencias no es que carezcan de antropología, sino que, con modos diversos, presuponen al “capital humano” como su nueva antropología, heredera directa de aquello que hoy se llama “humanidades”. El arché de las ciencias gerenciales sigue siendo la teología que ha terminado por dar el paso definitivo de abandonar el privilegio consentido a la “ontología del ser”, por la “ontología del deber ser”. Velocidad, especulación ‒ya no filosófica, pero si financiera‒ ordenan el nuevo campo epistémico de las nuevas “humanidades”. En otras palabras, las ciencias gerenciales serán las “humanidades” al interior de la “ontología del deber ser” que ha terminado por devorar ‒no desplazar ni desechar‒ a la otrora “ontología del ser” con la que surgió la ciencia (la filosofía) desde Platón.


Universidad algorítmica

Pero la coyuntura de la pandemia ha acelerado los procesos. El fascismo neoliberal corta los posibles lazos de solidaridad internacional que pudieran detener el avance del virus, no impone medida de cuidado alguna y sólo se deja arrastrar por un neomaltusianismo que asume como algo “natural” y “evidente” que deberá existir población dispuesta al sacrificio para salvaguardar a los supuestamente “más fuertes”. Porque la aceleración en curso consiste en la mutación no sólo viral, sino de la misma sociedad de control que, desde el 11 de septiembre de 2001 (cuando fueron los atentados a las Torres Gemelas en EEUU) hasta el 11 de marzo de 2020 (cuando la OMS declaró al coronavirus “pandemia”) se ha intensificado una mutación de la sociedad de control radicalizando las formas de poder a nivel capilar o “afectivo”.


El frenesí de la mutación a la que asistimos implica que la universidad neoliberal y sus formas prevalentes de producción del conocimiento intenta consolidar y profundizar sus procesos abriendo el campo hacia la multiplicación de las clases y reuniones en modo on-line. Posiblemente no sólo Italia, sino la institución universitaria se vuelva el “laboratorio” de la nueva sociedad sin polis en que la “casa” condensa sin fisuras


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lo que habitualmente llamamos “globo” en el sentido que, producto de la pandemia, no existe un “afuera” respecto de ella.


Como si la pandemia hubiera mostrado de manera pregnante en qué consiste el proyecto de la globalización: convertir al mundo en una “casa”, es decir, desmundanizar al mundo y sustituirlo por el globo: si el mundo siempre es el lugar de los otros, el “contagio” pandémico lo repliega radicalmente y lo sustituye por el “globo” en el que no hay “otros” sino una superficie lisa, transparente e infinita. Todo el globo se halla hoy concentrado en casa porque en ella ha implosionado el mundo. Así, también la universidad que, alguna vez se proyectó a partir de la noción de “mundo” y lo “mundial”, radicaliza su estructura neoliberal y sustituye su vocación mundial por la global, derivando hacia un proceso en el que no sólo terminará funcionando en la forma de “plataformas virtuales”, sino que ella misma, será definida como una nueva y compleja “plataforma virtual” (como, de hecho, ya existen instituciones en esa calidad). Asistimos así, a la radicalización de la universidad neoliberal como universidad algorítmica, esto es, deriva hacia un puro capitalismo de plataformas. El “ajuste estructural” que ahorra fondos se cumple de manera brillante en la nueva situación concentracionaria instalada por la pandemia: no hay infraestructura en que gastar, ni auxiliares, ni grandes edificios que construir o salas de clases que limpiar. Todo eso es posible ahorrarlo. Ni siquiera se ha de pagar por la red, aunque, por cierto, se podrá proveer de equipos a estudiantes y profesores que lleven consigo todos los mecanismos de control actualmente vigentes.


La universidad algorítmica hará de los profesores y estudiantes verdaderos “archivos” prescindiendo del médium sensible que nos atraviesa o, si se quiere, la antigua angelología considerada como el arché de las actuales tecnologías de gobierno (como economía) terminó por confiscar a los cuerpos que aún podían asentarse en los pupitres académicos para devenir imágenes sin cuerpos (Castillo s/f). El devenir algorítmico de la universidad neoliberal consuma, de esta forma, la total separación de la vida respecto de sus imágenes.


Referencias bibliográficas


Willy Thayer (1996), La crisis no moderna de la universidad moderna. Santiago de Chile, Cuarto Propio Paolo Virno (2003), Gramáticas de la multitud. Madrid, Traficantes de sueños.


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Wendy Brown (2016), El pueblo sin atributos. México, Malpaso.

Frederich Hayek (2016), Los fundamentos de Libertad. Madrid, Unión Libertaria. Giorgio Agamben (2009), Opus Dei. Archeologia dell´ufficio. Vicenza, Neri Pozza,


Michel Foucault (2009), Nacimiento de la biopolítica. Clases en el Collège de France 1979-1980. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.


Immanuel Kant (1998), El conflicto de las Facultades. Madrid, Alianza.


Vinicius Honesko Sobre a liberdade de ser escravo: algunas notas sobre o neoliberalismo e o bolsonarismo. En: https://flanagens.blogspot.com/2020/04/sobre-liberdade-de-ser-escravo


Ludwig Feuerbach (2004), La esencia del cristianismo. Madrid, Alianza.


Alejandra Castillo. La gestión de la muerte en tiempos del coronavirus. En: https://antigonafeminista.wordpress.com/la-gestion-de-la-muerte-en-tiempos-del- coronavirus/?fbclid=IwAR0QgT-9Jj-fYHCNR4UL99i-NoDTP6J68bijcgrNkDNrMKJm_UXQcCiZm80